La plenitud de Jesús habita en cada uno de sus creyentes y como ahora somos altares vivientes, la presencia de Dios llega a donde sea que nosotros vayamos. En el cuerpo de Cristo, que somos sus creyentes, fluye el agua viva que trae salvación a todo aquel que nos rodea y la gracia de Él nunca se agota, nunca se vence y siempre está disponible para nosotros.
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