De niño soñé ser un cantante, quería tener una banda y recorrer muchas ciudades. Quería que muchos se apredieran las canciones para poder entonarlas en medio de los conciertos, quería que la gente bailara, gritara, saltara y que sintiera un sin fin de emociones en cada presentación. Ese era mi sueño. El sueño de Dios es que el mundo se salve, que conozcan su inmenso amor, que vidas sean transformadas, que se arrepientan de sus malos caminos, que vivamos cada palabra que dejo para nosotros, que entreguemos todo lo que tenemos para predicar el Evangelio, que descansemos en sus brazos y caminemos en sus promesas. Mi sueño era increible, pero el sueño de Dios es perfecto, tan perfecto que cubrió mi sueño dándole un verdadero sentido, sin Él mi sueño hubiese muerto, dañado mi corazón. Hoy puedo decir que el sueño de Dios me rescató dándome la oportunidad más grande, que es ser un representante de Jesucristo en este tiempo.
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